Javi Moreno: en ese necesario vértice creativo

Javi Moreno: en ese necesario vértice creativo
barbaromiyares  Por Bárbaro Miyares

Lo nuevo en el arte, igual que en la filosofía, comienza con una experiencia de desencanto, con una insatisfacción ante lo que hasta entonces, respecto al algo que se quiera, se ha dado y supuesto como un orden definitivo, como norma (jerarquía de valor, demandas y expectativas) entonces a seguir (o seguida) ya sea política, religiosa, artística o filosófica. Comienza, por tanto -y en este contexto entiéndase experiencia de desencanto no como rabieta juvenil sino más bien adscrita a la condición descubrir-reconocer como una clara posibilidad-, cuando el crepúsculo de nuestros ídolos, amados o no, y de las ordenaciones que nos atañen se ha convertido en una más que extraordinaria evidencia. Entonces deviene el arte, la discursividad y su práctica. Lo que básicamente impulsa a los artistas jóvenes a producir creativamente sus obras es la relación que se produce entre esa experiencia de desencanto y la necesidad desbordante de producción de lo nuevo. Javi Moreno es joven (Alicante, 1982) y además es artista, cosa que no esta nada mal y que lo sitúa en ese necesario vértice creativo no siempre dado a todos. A primera vista sus obras parecen refugiarse en los modelos, formatos y estándares constructivos habituales, pero todo ello es sólo una mera apariencia tras la que toma cuerpo una poderosa reflexión sobre el uso mismo [no en el sentido temático, claro está] de esos propios estándares pero, entonces, como posibilidades críticas: si distinguir lo nuevo auténtico de lo nuevo inauténtico es cosa prácticamente imposible, eso no impide -encajados en otro flujo de discursividad- que su nueva reordenación y orientación hacia territorios críticamente activos del pensamiento social y de las prácticas actual del arte nos sea devuelta como un producto ‘imagen-llamada de atención’ resuelto a dar voz, significas y valor a las nuevas y grandes problemáticas del individuo y de las sociedades de hoy. El dato es la imagen de lo que la cultura técnicamente archivada contiene. Lo que de algún modo da cuerpo y valor al conjunto de la obra de Javi Moreno no es, como generalmente se piensa, la orientación temática de cada problematización aborda por él, sino más bien —entonces en el sentido de una reutilización discursiva de la red y sistema de datos y archivos universales o locales y de la cita por tanto del conjunto de los datos de la cultura existente, de la comunidad cultural con la que dialoga—, la puesta en cuestión de la naturaleza (en cada caso) de ese recurso tomado para dicha problematización. Esto es, que en aquello que ofrece como experiencias de desencanto cada recurso tomado por él, cada recurso de la cultura existente en dialogo con él, aguarda [en ello] una posibilidad otra de problematización, o lo que es lo mismo, una práctica posible. En ese sentido la obra e investigación de Javi Moreno en torno a los procesos de construcción de la masculinidad y la conformación casi traumática de la identidad ha surgido -artísticamente hablando- de esa experiencia de desencanto. Sin embargo, y aunque en relación con el conjunto de esas ordenaciones normativas que arriba describo, la naturaleza de ese desencanto con el que relacionamos en última instancia la obra de Javi Moreno, deberíamos encontrarla asociada, en su fondo y origen profundo, a la religión y a la política (y de forma extendida a la moral y la ética): a la religión por que suscita el problema del sentido, y a la política porque suscita el problema de la justicia. Sentido y justicia en relación, pero sobre todo en cuanto que el primero se refiere a la ausencia de fe (en algo localizado) y el segundo de cómo ésta [la justicia] puede o ha de hacerse efectiva. El desencanto artístico, que hace posible el surgimiento y práctica de nuevas orientaciones discursivas, nace del descubrimiento de que los estándares del arte mismo -de lo institucionalizado y no del conjunto de las poéticas que los piramidan- ya no son capaces de dar (suponiendo que alguna vez lo hayan sido) sentido a la vida humanamente artística. En ese sentido la obra de Javi Moreno comienza, digamos que de forma indirecta, con el reconocimiento de la imposibilidad de dar crédito a dichos estándares y, al mismo tiempo, con el erosionamiento (en tanto se da a sí misma como problematización y como novedad) del conjunto de las estructuras, economías y modelos de discursividad que entonces le han antecedido. En este contexto sus obras (pinturas dibujadas, dibujos pintados, manipulaciones videográficas, instalaciones habitables y performances) dan forma crítica a otra manera de observación de la economía productiva de la nueva obra, entonces sobre la base de un imperativo ético que le permite posicionarse, también críticamente, en el panorama de una nueva visualidad y una nueva práctica de saber. Del trazado progresivo de los márgenes de un juego de lenguaje otro —tal vez de una novedosa escritura—, o si se prefiere, de la puesta en observación de cada uno de los puntos de interrelación que la amplísima variedad de experiencias visuales actuales le ofrece, y de cuya variedad misma Javi Moreno extrae y da forma a su particular modo de práctica, es, sin dudas, de lo que se trata.



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