Museo Microgigante Rarezas y prodigios – Fernando Castro Flóres

Museo Microgigante Rarezas y prodigios.
Fernando Castro Flóres

Publicado en el ABC



 Ni siquiera la deliciosa brisa de la noche permite que mi mente calenturienta recuerde la razón que me llevó, junto a Manuela y los niños, hasta Guadalest. Pienso que fue la maravillosa contradicción que supone la existencia allí de un museo Microgigante. Ese tipo de paradojas, así como cualquier oxímoron, hacen que por lo menos aparte mi imaginación de otras turbulencias. Resulta que en ese bello y recóndito pueblo hay ocho museos lo que hace que sea, tal vez, el que tiene mayor número de colecciones per cápita. Enunciaré, para no andarme por las ramas, cuales son: Museo de Antonio Marcos de Belén y Casitas de Muñecas, Museo de Microminiaturas, Museo Etnológico Casa Típica del Siglo XVIII, Museo Histórico Medieval de Instrumentos de Tortura, Museo Municipal Casa Orduña, Museo-Colección de Vehículos históricos «Vall de Guadalest», Museo Ribera Girona de Arte Contemporáneo y el ya mencionado del Microgigante.
No hace falta tener alma de fabulador para suponer que algún tipo de rareza o prodigio ha debido afectar a estas tierras para que surja este furor museal. Además, lo que atesoran en esos espacios no es la típica empanada pictórica de informalismo mal salpimentado o las habituales esculturas de técnica mixta completamente indigestas. Reparemos, para abrir boca, en algunas de las maravillas miniaturizadas que nos están esperando lisa y llanamente para hechizarnos: la Estatua de la Libertad dentro del ojo de una aguja, «La Maja desnuda» de Goya pintada en el ala de una mosca, un elefante modelado en los ojos de un mosquito, el «Guernica» de Picasso pintado en una semilla, «Los fusilamientos» de Goya pintados en una semilla, la Biblia realizada en la sección de un cabello, una pulga paseando en bicicleta por la arista de una semilla, una hormiga tocando el violín, el Kremlin en miniatura, una aldea construida sobre un hueso de dos centímetros. De verdad, ninguna colección es comparable a éstas. Ya pueden esforzarse los «modelnos» del MUSAC montando un simulacro de puticlub o lanzando, como les gusta, globos sonda que no llegarán, ni en el mejor de sus sueños, a conseguir la magia y el delirio que en Guadalest brilla como un tesoro.

Museos y esoterismo

Los habitantes de este pueblo se dedican, según me he informado, principalmente a la hostelería, al comercio de marroquinería y souvenirs, siendo también los museos singulares que poseen fuente importante de sustento para ellos. Comprobé que no faltaban establecimientos esotéricos, como uno en el que había una mezcla fastuosa de brujas, gnomos e incluso esculturas de extraterrestres, entre ellas la del mismísimo ET que a estas altura habrá comprado el iPhone para resolver sus problemas de comunicación. Ante una pregunta necia, por no perder la costumbre, que hice a los propietarios del local me soltaron una perorata sobre magnetismos, triangulaciones benéficas e incluso aludieron, sin que fuera suficientemente claro, a iniciaciones tántricas de carácter erótico o, acaso, dijeron frenético.
Lo cierto es que esa sobredosis de retórica nigromántica hizo que aumentara mi desconcierto. La manifiesta anomalía de este lugar, poblado por apenas doscientas personas, me llevó a cavilar que acaso habían sido abducidos por Sánchez Dragó en uno de sus vuelos místicos o que en la más tierna infancia sufrieron el influjo del doctor Rodríguez del Oso o de algún desconocido, por lo menos para mí, profeta de la miniaturización.
Por remota que sea la genealogía de estos prodigios museísticos, lo que está meridianamente claro es que no hay mejor territorio para que se pierdan, aunque sea unas horas, los seguidores de Borges, especialmente aquellos que no olvidan aquella enciclopedia china, mencionada en «El idioma analítico de John Wilkins», en la que está escrito que los animales se dividen en «a) pertenecientes al Emperador, b) embalsamados, c) amaestrados, d) lechones l) etcétera, m) que acaban de romper un jarrón, n) que de lejos parecen moscas».
Tras visitar las miniaturas de Guadalest la realidad en su conjunto es casi invisible o, mejor, requiere de lupas que nos revelan lo extraordinario, aquello cotidiano que se ha vuelto fabuloso. Aquí, más allá de la doctrina religiosa, un camello pasea por el ojo de una aguja. En el museo Microgigante se encuentra Guadalest realizado en un cuarto de centímetro. Esta radical mise en abyme me lleva a pensar que la realidad es más hermosa y rara que toda la literatura.


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