Observación: Escrito sobre piedra

Observación: Escrito sobre piedra
barbaromiyares  Por Bárbaro Miyares

“Y salido Jesús, íbase del templo; y se llegaron sus discípulos, para mostrarle los edificios del templo. Y respondiendo él, les dijo: ¿Veis todo esto? de cierto os digo, que no será dejada aquí piedra sobre piedra, que no sea destruida.” mateo 24,1-34

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Lo reciente entendido como inmediatez parece no contener aquello concerniente a la novedad -al súbito que se le anticipa como reafirmación-a su ser plenamente (¿a lo novedoso?), pero sólo, cual matización de postigas precipitaciones, lo parece. En escrito sobre piedra, la exposición de Montserrat Soto, inaugurada en la Galería Luis Adelantado, no hay nada nuevo y a la vez si que lo hay: lo ya ordenado, conocido y sabido, es, por ser una constante, a lo que se contrapone la relación escrito-investigación-sobre-análisis-piedra, o sea, el sentido de los conceptos negativos —para vivir, el hombre necesita asirse, para seguir viviendo promete— que dibujan la otra mitad. En tal sentido —referido únicamente a ese no hay nada primero— permanecen, tal cual una retícula básica, cual acentuaciones imprescindibles, sus diálogos entre elementos artificiales y la naturaleza; las uniones de espacios privados receptores del arte y espacios públicos dedicados a la exhibición y contemplación de las producciones artísticas; las vistas a través de ventanas y puertas; los espacios que sucediéndose continúan en otros que a su vez dejan que se les prolongue en unos otros, que nos invitan a seguir hacia el allá-adentro de problematización y de convergencia entre lo verdadero y lo hecho (acordémonos de “Intervalo”, de 1994, que mostraba cuatro salas de exposiciones de Barcelona vacías); también los paisajes vacíos de personajes y no de evidencias presénciales correspondientes ‘siempre habita algo en la sequedad y la falta’; como de igual manera también permanecen los paisajes secretos (los de colecciones y de coleccionar, pues igualmente por licitud y placer esos usos han sido más que legitimados), y la reflexiones sobres el dato retenido o archivado y los accesos a la información y al conocimiento. Vista la unidad de cada uno de esos tramos de cosas, ello debería evocarnos una larga cadena de conveniencias: una serie de pactos precisos sobre la permanencia de unos en el lugar de lo sublime, y de otros en el lugar de lo práctico. Sin embargo, y aquí descansa mi argumentación, es desde este espacio surcado, ahora territorialidad del todo, donde surge la impronta de una especie de nueva lógica: la observación que Montserrat Soto puntualiza en sus recientes obras —ese ‘hacia donde y cómo debe mirarse lo real y hecho’, pactado como acontecer artístico— es equiparable a una operación constructiva. Es a base de re-ordenaciones, de la constitución filosa de territorios mixtos, que va articulando el doble rostro y la figuración ambivalente de la cosa por ser, del paisaje otro de las cosas que serán cuando se les observe. Así, pues, es justamente ese ‘hacia donde y cómo debe mirarse lo real y hecho’, lo que porta la novedad en estas últimas producciones, es —piénsese entonces en piezas como “Sin titulo. Arcos de ciudad I”, 2003— lo que resume y aúna lo real-referido (en tanto que es paisaje, memoria o inscripción) y lo hecho palpable (en tanto que es cuerpo de la nueva relación, lo denunciado, lo advertido, lo señalado o lo poetizado). Novedad, esta vez, desplegada en forma de omisiones y de negaciones cerradas: la escena-paisaje primaria no admite otros territorios de continuidad, pero si aquello que los sustituya (las fachadas de edificios, las ruinas) y funcione como barrera, como paredones escenográficos que detienen la marcha de la mirada (en ellos sólo es posible deslizase hacia arriba y abajo, a un lado y al otro, y poco más); la segunda, lo escrito sobre piedra no actúa como alegoría sino como memorias del sí mismo, de lo alejado incuestionable, que sólo puede ser interpretado desde una disciplinada y rigurosa observación —las ruinas parecen estar taponadas por las grandes fachadas de los edificios de alguna ciudad; sin embargo, en otra dirección de cosa, las ruinas visualizan puede que estén visualizando el destino posible de la ciudad actual debido a su crecimiento agresivo, desordenado, atroz. Pero entonces, ¿acaso se nos está hablando de territorios, de territorialidad, de mapas o de escrituras culturales enfrentadas, de ese “no será dejada aquí piedra sobre piedra, que no sea destruida”, o de Nablus (la antigua Siquem de la Biblia) y de la inscripción samaritana sobre piedra? Puede ser que sí y puede ser que no, pero lo cierto es que al contrario de lo que en obras anteriores ocurría, a través de estas nuevas piezas no se puede vagar así por así, puesto que dos direcciones de cosas lo impiden, dos principios enunciativos que por gemelidad se oponen, interrumpiendo nuestro paso: nacidos de la misma raíz (lo real y lo hecho), el primero intenta llevarnos, a la vez que el segundo intenta traernos. Estos nuevos matices en la obra de Montserrat Soto parecen provenir de un apasionado e irresistible interés por la relación entre los principios generales (lo nuevo y lo viejo, el bien y el mal, la presencia y el vacío), y los hechos tenaces y obstinados (la arquitectura, la escritura, la ciudad, la guerra), que otra vez bien que concilia.



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