De la imagen: lo que nos mira

De la imagen: lo que nos mira
  Por Bárbaro Miyares

lo que nos mira1
Cuando de algún modo decidimos pensar la imagen lo que de ese modo queremos decir es pensar en común, pensar la colectividad de la imagen y los esfuerzos colectivos de su producción. Pensar en común es suponer la imagen como una relación colectiva [de rozamientos directos e indirectos], en tanto todos y cada uno de nosotros forma parte, al menos en éste occidente historizado y tecnológico, de la estructura y del paisaje que define, bajo las mismas leyes perceptivas, nuestros actos de ver y, por lo mismo, el ámbito, los niveles y flujos primarios de (como actividad humana) nuestra visualidad: de aquello relacionado —que fue o esta siendo— con el ‘qué vemos’ (porque lo producimos), con el ‘cómo lo vemos’ (por cómo lo disponemos o distribuimos), ‘hemos visto o veremos’ (por cómo historizamos la cosa), o con el ‘qué pensamos’ de lo que de algún modo hemos visto (cómo filosofamos).

Somos [nosotros] imágenes y medios, y vehículos-portadores —en claro proceso de simbiosis con la máquina— de medialidad que comportamos decisivamente las direcciones semánticas de la casi totalidad de las imágenes, incluyendo tanto las exteriores como las interiores, y las no visibles como también las visuales. Esto es, ellas son lo que nosotros, sus mediadores, hemos decidido archivar y hemos decidido que sean, pero no por voluntad radical ni posición de poder, sino por la doble naturaleza que, en este caso, nos defines: cuerpo e imagen, eso lo que puede llegar a ver y eso lo que puede ser visto. En la actualidad pensar la imagen es una tarea harto complicada porque las cuestiones referentes a ella están relacionadas no sólo con el ámbito del arte sino sobretodo con los medios [de los que somos o bien parte o bien analogía] y con dispositivos casi autónomos de distribución; dispositivos que describen los pasos*1 de la imagen, en el cada vez más intenso y poblado paisaje de cruces e intercambios que en relación a ella está teniendo lugar. Lo cierto es que lo que entendemos por realidad de la imagen (asociada únicamente a lo visual), en sentido estricto no lo es, puesto que viene a ser en gran medida sólo el conjunto que hasta ahora hemos entendido y podido explicar, sólo lo poco que de ella hemos podido archivar y distribuir. Sin embargo, aún en mayor proporción, todo aquello que se ha quedado fuera de lo que hasta entonces constituye ese archivo de la imagen, no cuenta para su definición, y por ello, como realidad de la imagen. Así, la idea de imagen es un archivo *2. relativamente pequeño en relación a la realidad de la imagen, que abarca todo lo que no hemos decidido entender ni llegado a comprender de ella, y por lo mismo, no hemos llegado a registrar como imagen de la experiencia o, por definición práctica, como archivo casi definitivo de la imagen. Sin lugar a duda, hoy por hoy, la imagen es más imagen de la misma manera que es más acto de igual modo que más cosa *3, aunque, y esto es de importancia relevante, en relación a las otras anteriores eras de la imagen, con la sustancial diferencia de que los hombre participan más en los actos de su distribución y archivación que en los de su producción, cedidos en gran medida a los nuevos medios y dispositivos. Imagen y medio forman una relación conveniente [de convenientia], aún habiendo una sustancial distancia, una separación determinante y también conveniente, en cuanto a la orientación funcional de dicha relación tanto para la mirada, que para la inscripción de significaciones, entonces, diferentes. Generalmente el medio soporta a la imagen en la misma medida que le aporta un cierto grado de nuevo contenido conceptual: que le cede un porcentaje reorientativo a la carga prehistórica arrastrada por la imagen en transito. Esto, puntualicémoslo, es sólo referido a la relación imagen-medio en el ámbito del arte, cosa que, sin duda alguna, es bien evidente. En otros niveles o resortes de la imagen, la proporción y relación es bien distinta. “La distinción entre imagen y medio nos aproxima a la conciencia del cuerpo” *4. Pensarla (las imágenes), por lo tanto, debería liberar más de una dirección de aproximación a su naturaleza y, de igual manera, a los múltiples medios (entonces lugares del cuerpo de la imagen) que atraviesan, y en los que se archivan o en los que se almacenan haciendo posible su percepción, y que abarcan desde la mente hasta los artefactos y procedimientos con los que son obtenidas y que necesariamente relacionamos también con imágenes. De manera casi general la pregunta sobre la imagen (o el conjunto de ellas) no ha tenido lugar. Bien porque (¿la pregunta?) augura una respuesta sobre otro ámbito de cosa o bien porque suplanta —al estilo de ¿Qué es esa imagen?— a la filosofía como objeto de estudio. En ese sentido es lo mismo la pregunta sobre la imagen que sobre el estado de la filosofía, o sobre cualquier otra cosa. Sin embargo, lo embarazoso de esto no es que ambas preguntas se suplanten (quizás debería referirme a usurpaciones) en una acción casi recíproca los objetos profundos de una y de la otra, sino que sobre ambas muy poco se puede decir porque ni una ni la otra atraviesa (ha construido, inventado o llegado a ser) una posición de problema, cosa que en el acto las convierte en una generalidad de la que sin pensarlo hay que escapar. La cuestión estriba, en todo caso y dada por consumada la ‘escapada’, en la fabricación audaz de problemas sobre (y en torno a) las imágenes, los medios y los dispositivos generadores de imágenes y de visualidad, en la fabricación de problemas en torno al devenir-visualidad de las imágenes o a ese, entonces, estado de ser que no se confunde con el inicial devenir-visualidad. Así resolveríamos [debería resolverse] sin dificultades insuperables y siempre en direcciones útiles (en tanto que, siempre, se activaría un proceso-motor, en su condición premnemónica), cuestiones y trastornos derivados de herencias sintagmáticas erróneas en la cadena conveniente y relación de progresividad entre “la imagen” y el “devenir-imagen”. Resuelto esto, la primera necesita ser extendida en la segunda, y la segunda, extensión de la primera. En ese sentido debería entenderse algo así: ‘Cuando veo una imagen, lo que veo es un proceso en aparente culminación’. En este punto, una imagen pensada en una relación de doble captura (quizás de evolución a-paralela, como dice Deleuze recordando a Rémy Chauvin), o en plena progresión “ser-devenir”, sería, porque de igual modo lo es, la relación ‘escuchar-visualizar’ que en sí es más compleja y completa que el estimulo inicial de la que ha devenido. En la imagen sólo nos detenemos (y aquí pensemos, aunque no como el ejemplo perfecto, en tanto se refiere sólo a una impresión de movimiento en la imagen derivado del efecto fi, en la esquematización dada en el cine en relación a la estructuración de la idea de temporalidad o bien en el comportamiento de la imagen-tiempo), cuando antes ha habido una suplantación de otra que en su haber sido guardaba una extraordinaria y progresiva similitud con la que, en todo caso, proyectamos y a la vez protegemos; sólo cuando la que encarna nuestro detenimiento ha suplantado a su igual prehistórica y progresiva aunque, entonces, como algo diferente —cuando sobrepasada la línea de la linde, o la amenaza y la conversión de ésta en el problema-motor [en la ipseidad de la imagen que en cuestión es] ya ha tenido lugar de modo irreversible. Las imágenes por más simple que sean en apariencia, en si mismas no son formaciones elementales, sino progresiones complejas y problemáticas que hacen [dan en su impronta] algo más que transmitir las condiciones de meras experiencias de sensorialidad: ponen en cuestión nuestra idea, expectativa y experiencia del ver, tal cual la amenazadora llamada de atención ‘no soy lo que ves, sino el origen estructurado y diferante de las diferencias, soy eso que te mira” *5. La imagen tal cual el ‘origen’ no es la “fuente” del hecho comprobado, no es la génesis, sino una referencia a su prehistoria y a su posthistoria. Ellas nos miran, nosotros desearíamos haberlas visto.

1 Aumont, J., La imagen. Ediciones Paidós Ibérica. Barcelona, 1992. España. Pág 14.
2 Groys B. “Bajo sospecha: Una fenomenología de los medios”. Ed. Pre-Textos. Valencia, 2008. España
3 De la frase de Sartre “acto de igual modo que como cosa”, citada por Hans Belting en el prólogo de su libro Antropología de la imagen. Ed. Katz Editores, Madrid 2007. España.
4 Belting, H. Antropología de la imagen. Ed. Katz Editores. Madrid, 2007. Pág. 17.
5 La diferencia (différance) es el ‘origen’ no pleno, no simple, el origen estructurado y diferante de las diferencias. La palabra ‘origen’, por lo tanto, ya no le conviene”, J. Derrida, “La différance” (1968), Marges – De la philosophie, París, Minuit, 1972, pág. 12 (Trad. Cast.: Márgenes).



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