¿Avanzando hacia el centro?: Medios posmodernos y (des)conexión periférica – Rafael Hernández Espinosa

¿Avanzando hacia el centro?: Medios posmodernos y (des)conexión periférica.
Rafael Hernández Espinosa

Inincialmente en OBSERVATORIO PARA LA CIBERSOCIEDAD.


En el presente ensayo se reflexiona sobre algunos aspectos concernientes al debate antropológico sobre la condición de la cultura en el contexto actual de la sociedad mundial. Por un lado, se discute la noción de la moral posmoderna y las estructuras éticas. Por otro lado, se discute si la condición actual de los medios supone relaciones culturales más horizontales y equilibradas entre los sectores hegemónicos y subalternos.

Introducción.

En la actualidad normalmente escuchamos que la expansión o democratización de los medios electrónicos ha permitido un amplio intercambio entre culturas. De igual forma, escuchamos decir que esos medios están ayudando a producir nuevas modalidades de moral, de consumo y de cultura política especialmente en los jóvenes. Pero poco se dice sobre el juego político inmerso en las cuestiones de consumo cultural, que incluye las diversas morales. En el fondo se discutido si en la sociedad posmoderna el nihilismo es un condición que ha inundado las estructuras éticas, o si hay una re-configuración de la moral, más que su desaparición, en la que los medios de información juegan un papel importante. Pero debemos bordar el tema de los medios de comunicación como uno de los ejes articuladores de este fenómeno, en la medida en que la revolución tecnológica ha producido formas inéditas de comunicación. En este sentido, el consumo cultural a través de los medios transnacionales plantea en principio dos problemáticas para la concepción de las relaciones sociopolíticas al interior y al exterior de las naciones: el estado actual del nacionalismo y las relaciones culturales centro-periferia.

La pregunta central que guía este trabajo es ¿Cómo podemos pensar la producción, reproducción y consumo de la cultura en un contexto donde las formas de comunicación replantean las dinámicas interculturales? Este tema abre la discusión sobre el planteamiento de las relaciones de consumo cultural entre centros y periferias (por llamarlos de alguna manera) y las implicaciones sobre los sectores marginados. Se argumenta que las concepciones sobre las relaciones de hegemonía, en cuanto a la producción de información, están sesgadas por las posiciones desde las que se habla. Es decir, las condiciones actuales de los medios de información no representarían para algunos una verdadera relación horizontal para los sectores marginados como algunos otros lo han planteado. Finalmente, definir una mirada alternativa sobre el fenómeno intercultural requiere reflexionar críticamente sobre algunos fundamentos epistemológicos de la práctica científica antropológica.

Consumir moral: condiciones de la posmodernidad y sus éticas paradójicas

Una vasta producción literaria se ha encargado de describir la condición social y cultural de las sociedades contemporáneas. Se ha hecho énfasis en caracterizarlas como afectadas por una condición posmoderna caracterizada por una crisis de los valores de la modernidad como son el progreso y la idea del evolucionismo lineal (Reynoso, 1998; Lipovetsky, 2003). En este sentido, se niegan los esquemas modernistas, o se relativizan.

Otros aspectos a los que se aluden como característicos de la posmodernidad son un exacerbado hiperindividualismo y la perdida de puntos de referencia (Lipovetsky, 2003). La sociedad posmoderna tiene sus orígenes en la sociedad postindustrial, caracterizada por Daniel Bell en 1973 (Citado por Reynoso, 1998) desde cinco aspectos, 1. el sector económico: el cambio de una economía productora de mercancías, a otra productora de servicios; 2. distribución ocupacional: la prominencia de las clases profesionales y técnicas; 3. principio axial: la centralidad del desarrollo teórico como fuente de innovación y formulación política de la sociedad; 4. orientación futura: el control de las tecnologías y de las contribuciones tecnológicas y 5. toma de decisión: la creación de una nueva tecnología intelectual, surgimiento de un campo que se ocupa de la complejidad a partir de la teoría de la decisión, la cibernética y la teoría de la información. De estos cinco puntos propuestos quizá el de mayor importancia sea, para sociedades aun no industrializadas completamente, el referente al del sector económico. Jorge A. González (2002) propone que en los últimos años hemos presenciado el crecimiento y consolidación de un cuarto sector de la economía mundial, especializado en la producción de información y en la circulación ampliada de ella, de los cuales la mayoría son servicios de telecomunicaciones en sus variadas formas.

Otro aspecto que se exalta en los estudios pioneros de la posmodernidad es el de un nihilismo emergente hacia los valores modernos. Gianni Vattimo (citado por Reynoso 1998), realizó a finales de la década de 1970 una apología del nihilismo caracterizado por una celebración de la muerte del pensamiento humanista. Para los nihilistas el ideal de progreso es algo vacío. La modernidad se ha caracterizado a veces como la época de la historia (Reynoso 1998), el concepto de posthistoria se refiere a la condición en la cual el progreso se convierte en rutina y la “novedad” ya no tiene nada de revolucionario. Frente a este estado de cosas, para los posmodernos solo queda el nihilismo. Un punto de vista similar puede argumentarse entonces contra la moral moderna, es decir, que existe un nihilismo moral, caracterizado por la decadencia del humanismo y personalizada en un individualismo irresponsable. Pero desde otra perspectiva, Gilles Lipovetsky (2003) propone que estamos experimentando una nueva retórica moral en la que las acciones éticas suelen combinarse con la diversión, el interés económico y la libertad individual. Lipovetsky dice que no es que se haya inventado una nueva moral, sino que existe una nueva inscripción social de los valores, una nueva regulación social de la ética. En la actualidad, dice Lipovetsky, estamos pasando a una nueva etapa de la historia de la moral, a la cual denomina fase posmoralista. En ese sentido, sociedad posmoralista no significa sociedad posmoral, sin moral, sino “sociedad que exalta los deseos, el ego, la felicidad y el bienestar individuales, en mayor medida que el ideal de abnegación” (2003: 39).

La época posmoralista coincide entonces con la deslegitimación de las morales colectivas sacrifícales, por ejemplo ya no son tan exitosos los llamados a la defensa de la patria y de las soberanías nacionales. Esto se inscribe dentro de lo que este autor propone como la paradoja del caos organizado propio de esta era. En las sociedades posmodernas occidentales existen amplias discrepancias axiológicas, perduran sistemas de valores antagonistas, pero no amenazan de manera fundamental la paz civil. En este sentido la tendencia parece acercarse hacia la pacificación de las costumbres políticas.

Un aspecto paradójico es por ejemplo que la moral posmoderna se encuentra reciclada según las leyes del espectáculo; de la distracción mediática. En los maratones de beneficencia transmitidos por televisión, la moral se combina con la fiesta, las estrellas, etc. La paradoja consiste en que “cuanto mayor es la exigencia de autogobernarse, mas tributaria se muestra la vida moral de palabras, de imágenes, de mensajes exteriores a nosotros mismos y finalmente consumidos por nosotros mismos” (Lipovetsky, 2003: 42). Una reflexión derivada de ahí es que por lo tanto no existe nihilismo moral, sino una pluralidad de morales. La idea del mal no se ha evaporado en la aceptación del todo: la condena a la esclavitud, a la violencia infantil o incluso el libertinaje sexual son aspectos vigentes.

En este sentido se propone que la eclosión individualista de los valores y el relativismo posmoderno tienen sus límites. Esto caracterizaría a la cultura posmoralista como un desorden organizador: la libertad frena a la libertad. En resumen, Lipovetsky propone que la época actual, más que un nihilismo moral, crea una moral sin obligación ni sanción, una moral emocional intermitente que se manifiesta sobre todo con ocasión de las grandes aflicciones humanas. Y en ese sentido, son los medios los que establecen las prioridades, los que orquestan la generosidad y que movilizan al público de forma intermitente.

Uno puede ser un autómata demandante de individualismo, despreocuparse por el prójimo que no tiene empleo, incluso por un familiar que padece alguna enfermedad severa y normalmente desvincularse de los problemas políticos nacionales. Pero es difícil que dejemos pasar por alto los promocionales de Teletón que exhiben públicamente el sufrimiento infantil, o las propagandas de Green Peace en defensa de los animales. El sufrimiento adquiere otra dimensión y otro sentido en las pantallas de los medios.

La cuestión emergente es que desde los planteamientos de Lipovetsky, la ética es uno más de los bienes culturales de consumo. Consumir ética se convierte en una de las prácticas posmodernas. Pero el consumo cultural de la moral emocional necesariamente está incrustado en un contexto de relaciones sociopolíticas, entre sectores centrales y periféricos, hegemónicos y subordinados. La pregunta es ¿cómo pensar en las características del consumo cultural a dentro de las relaciones entre los sectores llamados centrales y periféricos?

Globalización, medios y las relaciones centro-periferia

¿Hasta donde llega la posibilidad de conexión de los sectores subordinados y periféricos con relación a los centros periféricos? Depende de factores que se asumen como económico políticos, pero que no pierden por ello su dimensión simbólica. Según Jorge A. González (2002), la dinámica del sistema-mundo ha propiciado la movilidad del centro hegemónico. En este sentido, la movilidad del centro ha propiciado a su vez diversos desarrollos tecnológicos importantes desde diversos lugares, la imprenta en Europa central, la revolución industrial en Inglaterra y finalmente lo que podemos llamar la revolución digital o tecnológica en E. U. En este contexto actual se ha potenciado el surgimiento de una esfera que privilegia la visión, lo que se puede llamar, según González, el surgimiento de una videósfera, que toma vida por la tecnología de los medios de información y que es cada vez más global. Es así como, sale al paso la economía de las señales, lo que representa que pocas personas con muchos recursos transporten para millones con pocos recursos, formas simbólicas complejas, en las que podemos incluir la producción de moral emocional.

Un aspecto que ha pesado sobre los estudios de la dinámica global es el modelo desarrollista en antropología. Este modelo proponía una lógica de organización y relación dicotomista entre centros y periferias. Pero a decir de Michael Kearney (1995), la globalización vincula una reorganización de esa lógica bipolar y una posible disolución a partir de una “re-configuración de las imágenes y supuestos de algunas visiones del mundo universales básicas, a saber, espacio, tiempo y clasificación” [NOTA] (p. 549). Sobre el espacio, Kearney articula una serie de reflexiones tomando en cuenta las lógicas de organización y relación entre centro y periferia principalmente.

Aquí el punto principal es que la globalización vincula una reorganización del imaginario bipolar de espacio y tiempo en la visión moderna del mundo, la cual está también expresada en la teoría antropológica moderna. Esta reorganización del modelo bipolar viene a colación a partir del desarrollo y evolución de las teorías de la dependencia y del sistema-mundo (Wallerstein, 1979). La teoría de la dependencia se centraba principalmente en evidenciar relaciones entre centros y periferias, por ejemplo entre países desarrollados y subdesarrollados o las naciones y sus colonias. Por otro lado, la teoría del sistema-mundo proponía una semiperiferia ubicada entre el centro y la periferia. Algunos abordajes alternativos propusieron que era difícil hablar de fronteras y que la dificultad para decidir cuándo lo uno se infiltra en lo otro dependía en la manera en que se construyen tales divisiones.

Los trabajos de la sociología y la antropología urbana en Estados Unidos también ayudaron a la reorganización de este imaginario espacial. Kearney cita los trabajos de Gottdiener para ejemplificar como es que el espacio urbano de E.U. en el capitalismo tardío toma una forma cualitativamente nueva de espacio multidimensional. Estos nuevos enfoques están “repensando las relaciones entre centro y periferia, entre espacios rurales y urbanos, y de hecho el colapso de la distinción entre ellos” (Kearney, 1995: 552).

En relación con las implicaciones que la globalización tiene para la noción de tiempo, Kearney hace notar que comúnmente lo hegemónico es la idea del desarrollo en el patrón narrativo del progreso; embebido en el pensamiento antropológico, que no hay buen término para su antítesis. Se ha propuesto que un fenómeno de implosión resalta un aspecto importante para tal implicación que da lugar al cuestionamiento de una correlación progreso-tiempo-centro-periferia. La noción de implosión liga de una forma muy diferente el aspecto espacial con el temporal, que en las correlaciones lógicas entre espacio y tiempo propuestas por un paradigma desarrollista. En palabras de Kearney, “la imagen del tiempo unilineal uniforma las teorías del desarrollo, esto es, el tiempo corriendo de menor a mayor desarrollo es lógico-estructuralmente consistente con el espacio binario de centros y periferias” (p. 50), en este sentido, el desarrollo se desplazaría del centro hacia las periferias. La implosión se refiere al avance de la periferia hacia el centro, es decir un movimiento contrario al avance de lo central a lo periférico.

Pero ¿Desde qué aspectos podemos pensar esa implosión que propone Kearney? Sin duda sería ingenuo aventurarnos a pensarla desde el punto de vista del desarrollo económico o político en sentido tradicional. Lo que queda como un ámbito más o menos aplicable es el consumo de la cultura, incluso de las ideologías.

Para muchos teóricos de la globalización, el fenómeno que está presente es la compresión del espacio-tiempo y que se relaciona con el uso de los medios masivos de comunicación. Los modelos de análisis de la comunicación también fueron evolucionando desde una noción homogeneizante de la cultura global por los medios transnacionales, hacia un modelo del imperialismo cultural inspirado en la teoría de la dependencia, y posteriormente modificada por un modelo revisionista del pluralismo cultural en el que, según Kearney, se disuelve la distinción entre centros y periferias con respecto a la producción y consumo desde los medios. Un ejemplo provocador es el amplio consumo de productos televisivos de países del sur en países del norte. Los programas de las televisoras como CNN y MTV donde la programación que es producida desde, y consumida por, puede ser audiencia horizontal más que vertical.

Pero, ¿Cómo definimos esta horizontalidad?, ¿sólo en cuestión de audiencias? El acceso a los medios siempre es diferencial. El problema básico del acceso está relacionado con la distribución social de los medios. Es decir, no hay un acceso igual a las tecnologías de para la producción, edición y difusión de la información. El fenómeno es simultáneamente simbólico, económico y político. El crecimiento de la red Internet ha sido exponencial, especialmente en la zona central del sistema mundo. Paulatinamente, la poderosa industria de las telecomunicaciones y la informática cada día hace más amplio el acceso de millones de computadoras a la red mundial de información. En este sentido, tendremos que preguntarnos ¿es realmente conectable la periferia?, ¿hay una verdadera implosión de la cultura, es decir, la periferia está dejando de serlo en cuestiones de influencia cultural?

Tendríamos que retomar necesariamente el debate sobre cultura popular para abrir una perspectiva. La cultura popular, según Raymond Betts (2004), encuentra su expresión en los medios como el cine, la televisión o la radio. Para Rodolfo Stavenhagen (1983), las culturas populares emanan de las clases subalternas, pero las clases dominantes se apropian de ellas para utilizarlas con fines de consumo ideológico, es decir, las devuelven codificadas para otros fines, despolitizadas de sus matices irreverentes.

De esta forma tendremos que asumir que hay vínculos complejos entre lo político y lo popular en su paso por los medios. Jorge González (2002) manifiesta que los “medios”, están mal llamados como tales, ya que su constitución se refiere más a un tipo de organizaciones sociales complejas y organizadas que tienen un carácter activo. Es decir, aquellos no solo median la información, sino que además de ser ellos mismos son sus principales y más eficaces promotores, tienen un doble y contradictorio efecto óptico. Presentan agentes y acciones de la vida pública al darles visibilidad y por otro lado desaparecen del campo visual todas las corrientes del pensamiento crítico y científico de la sociedad.

Pero el problema central que muestra González, es que el acceso a la tecnología, y por lo tanto a los medios, está estratificado socio-económicamente. Es decir, mientras la mayoría de sectores tiene acceso a tecnologías de recepción y reproducción de información como televisión, radio, en ocasiones Internet, los dispositivos tecnológicos para la edición, producción y difusión solo están disponibles para unos cuantos, en la medida en que son más costosos. De tal suerte, las relaciones horizontales de consumo de medios que propugna Kearney no resulta tal en la medida en que la producción no es accesible de igual forma a todos los sectores. Puede haber quizá conexión de los sectores menos poderosos (para no seguir llamándolos periféricos), pero no una producción impactante de información desde ahí, que se ponga en circulación y en competencia simbólica horizontal con las de los sectores dominantes o “centrales”. Es decir, el requisito para semejante horizontalidad es por un lado un dominio equivalente de los medios, pero por otro suficiente creatividad para difundir sistemas simbólicos que impacten las nociones de realidad de los otros. En este sentido, la competencia de producciones simbólicas, condicionada de algún modo por las bases tecnológico-económicas, se convierte también en una competencia política. No hay que olvidar la dimensión semiótica y simbólica de las acciones políticas, ni la dimensión política de los objetos culturales.

En su análisis sobre la globalización, Boaventura de Sousa Santos (1997) propone que lo que comúnmente denominamos mediante este término es una localización globalizada, por ejemplo la lengua inglesa y las formas de vida empresariales. Es decir, para él no hay un solo tipo de globalización.

Las hay “de arriba-abajo” o hegemónicas y de “abajo-arriba” o contra-hegemónicas. El primer caso es lo que se asume como la globalización, dado que es siempre de carácter hegemónico. El otro caso, de globalización de abajo-arriba, o contra-hegemónica pueden ser los movimientos sociales trans-locales subalternos que movilizan sus recursos ideológicos mediante las tecnologías de la globalización hegemónica. Por ejemplo algunas ONGs que reclaman derechos sociales en coordinacion internacional y el caso obligado de la guerrilla zapatista difundida por Internet. Estos movimientos son categorizados por De Sousa como cosmopolitismo. Si llevamos el concepto de cosmopolitismo a la difusión de la cultura popular y la ideología de los subalternos desde los medios, podemos pensar en un cierto avance sobre el uso, no control, de los medios. Controlar los medios es un paso decisivo y definitorio para la fuerza de cualquier movimiento social y cultural en lucha contra la hegemonía. Recordemos que en México, el movimiento de la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca (APPO) tuvo su mayor impulso cuando lograron controlar varias radiodifusoras para difundir su discurso. Se explica así también porqué las radios independientes son la mayoría de las veces desmanteladas por el Estado.

La problemática sobre el uso de los medios no sólo atañe a las clases subalternas sino que, según González (2002), los “medios” han comenzado a tambalear la presencia de las ciencias sociales. Este autor asume que la ignorancia ilustrada de los científicos sociales sobre el manejo de los medios (principalmente Internet) no ha permitido hacer un uso eficiente de ellos, y en esa medida, los medios ganan terreno a los mismos discursos científicos. La propuesta es entonces tener un carácter más activo en la reflexividad social sobre el uso científico, político, económico y simbólico de los medios.

Si admitiéramos que la moral posmoderna tiende hacia una pacificación de las costumbres políticas como plantea Lipovetsky, el cosmopolitismo tendría un fuerte problema. El asunto es que tendremos que asumir también con mayor complejidad la condición de las dinámicas sociales contemporáneas. Lipovetsky, como muchos de los autores del posmodernismo son ciudadanos del primer mundo, quizá les sería útil echar un vistazo a los países latinoamericanos para toparse con otro tipo de posmodernidad. ¿Cómo explicarían las protestas políticas contemporáneas en México, por ejemplo? La caracterización de esas dinámicas se elaboran frecuentemente de forma etnocéntrica. La posición de quien elabora tales análisis influye en los mismos. No podemos uniformizar a todos los sectores sociales como antipolíticos, ni a los sectores populares desde un carácter meramente reproductivista (Canclini, 2004).

Interculturalidad y clasificación cultural: ¿quien define que es qué?

Directamente relacionada con la experiencia antropológica en el estudio de la cultura, se encuentra finalmente la práctica de la clasificación. Sobre esto se ha señalado que una exploración de la cultura popular y de los flujos culturales globales obligan a repensar la teoría cultural en el mundo contemporáneo. Se plantea que existe una dificultad para limitar una comunidad como un grupo cultural, debido a que las dinámicas culturales se han extendido más allá de los territorios de referencia. Pero si bien una limitación no está presente en la realidad, bien podría ser utilizada con fines interpretativos. A esto se refiere Kearney citando las consideraciones de Likewise, A. Grupta y Ferguson con relación a los límites: “una visión del mundo como un mosaico de culturas separadas hace posible limitar los objetos etnográficos, como también ver generalizaciones de una multiplicidad de casos separados” (1995: 556). Y se refiere a ésta práctica más como un dispositivo narrativo que como una realidad presente-objetivamente. Los estudios sociales y antropológicos de la identidad personal y colectiva dependen en algo de la práctica de la clasificación.

Siendo así, podemos retomar una pregunta de Kearney ¿Cuáles son las implicaciones para la clasificación, considerada no como sujeto invariante de investigación en antropología, sino tomada como una categoría históricamente contingente de la visión-mundial capaz de asumir diferentes formas en diferentes periodos en la historia de la antropología?” (p. 557). Una forma de asumir estas dificultades, no solo para la antropología, sino para la ciencia en general, puede ser abordada mediante la aplicación de las teorías de la complejidad, que permiten, por ejemplo, asumir la borrosidad de los elementos pertenecientes a dos categorías opuestas, “la lógica difusa o borrosa que se fundamenta en el hecho de que la verdad no es absoluta, sino que consiste en una gradación entre dos extremos opuestos” (Cisneros 2000, s/p [NOTA]). Sin embargo hay que asumir que la complejidad del mundo “no nos impone ni fractales, no caos, catástrofes o conjuntos borrosos como si fuesen la primigenia ontogénesis de la realidad suprema, en todo caso se trata única y exclusivamente de actos de distinción, de procesos de observación, de perspectiva particular, por medio de los cuales hacemos más bella nuestra relación con el mundo y sus ámbitos de sentido. Así, podemos reiterar que las lógicas de los mundos son las lógicas de construcción de esos mundos” (ídem).

Una forma de entender las problemáticas actuales de la cultura ha sido abordada por Néstor García Canclini (2004). En su propuesta, este autor se posiciona en el espacio ínter de las relaciones culturales. Podemos asumir aquél como un espacio donde las clasificaciones se hacen borrosas y lo que sucede en el es un complejo proceso de con-fusión de aspectos políticos, simbólicos y económicos. En la dependencia al sistema transnacional de la economía, las fronteras culturales e ideológicas se desvanecen. Las relaciones entre los acercamientos de mercado, los nacionalismos políticos y las inercias cotidianas de los gustos y los afectos siguen dinámicas divergentes, como si no se enteraran de las redes que comprometen a la economía, la política y la cultura a escala transnacional.

Podemos por ejemplo observar un consumo de objetos característicos de lo nacional, producidos en otros países, como las banderas patrias en México y Argentina made in Taiwan (Canclini, 2004). Pero según este autor, es ingenuo pensar que esto atenuará el nacionalismo, acercando a los países a su comprensión. Retomando la moral posmoderna de Lipovetsky, quizá podemos pensar en los nacionalismos también como intermitentes, y como productos de consumo disponibles en el mercado simbólico. Es en los medios también donde se consume nacionalismo, pero un nacionalismo fugaz que se combina con las prácticas placenteras que no incluyen obligación ni sanción frente a la multiculturalidad. La multiculturalidad a su vez se puede asumir desde ciertos ámbitos como una especie de ciudadanía mundial, en la que por ejemplo los jóvenes pueden asumir sus gustos desde una diversidad global localizada.

Pero finalmente, el asunto que queda claro también para Canclini (2004) es que la multiculturalidad, reconocida en el menú de muchos museos, de empresas editoriales, discográficas y televisivas, es administrada con un sistema de embudo que se corona en pocos centros del norte. La diversidad cultural es algo que se administra, en las corporaciones, en los Estados y en las ONG. Estaremos en un grave error si pensamos que porque la música “étnica”, como la han llamado las industrias capitalistas, se distrubuye mundialmente estamos en un mundo más plural e igualitario, así como más humano. Nunca podrá ser más humano que antes, lo interesante es saber que esa administración de las ideologías de caridad, simultáneamente con las políticas de empobrecimiento son siempre prácticas humanas que nunca están desprovistas de sentido ni de su dimensión de poder.

Conclusión.

El problema que la condición posmoderna vincula al entendimiento antropológico no está dado únicamente por los aspectos culturales. Si bien el ámbito de los medios masivos de comunicación se mueve principalmente desde elementos simbólicos, éstos no pueden separarse de su carga política y económica.

El nihilismo insinuado por los teóricos pioneros de la posmodernidad es una condición que ha mostrado algo de dinamismo, es decir, si ha permeado algunas de las estructuras éticas, occidentales también es cierto que hay una re-configuración de la moral en la que una diversidad de ellas pueden coexistir con cierto orden. En ese sentido, los medios tienen un papel importante en la forma en que esa pluralidad de morales se expresan y se diluyen. Los medios, entendidos mejor como organizaciones sociales con poder, tienen a su disposición las modalidades en que los bienes simbólicos son difundidos: producir y difundir modelos morales y éticos no se hace solo con intención de salvar el alma, sino de asegurar la posición social. Por otro lado, pensar en una relación de consumo horizontal, centrada únicamente desde la recepción, es inapropiada para asumir un fenómeno de implosión cultural, es decir de influencia simbólica subalterna sobre los sectores poderosos. El problema central de las relaciones hegemónicas y contra-hegemónicas a través de los medios de comunicación es la posibilidad del uso y control de los mismos en condiciones de igualdad.

Finalmente, es necesario abordar enfoques epistemológicos alternativos para la comprensión antropológica de la cultura posmoderna desde los medios. El enfoque de la interculturalidad deja ver la complejidad que espumea en el espacio ínter de las relaciones culturales. Principalmente, deberíamos abordar este espacio ínter, donde los medios hacen generalmente su trabajo, como un espacio donde burbujea un proceso de con-fusión de aspectos políticos, simbólicos y económicos.

BIBLIOGRAFÍA

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  • Stavenhagen, Rodolfo, et al. La cultura popular, Premiá Editores, México, 1983.

  • Wallerstein, Emmanuel. El moderno sistema mundial I, Siglo XXI, México, 1979



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